¿Quién no se ha sentido identificado con el protagonista de una novela memorable, quién no ha caído en el embeleso ante una suave melodía o quién no se ha regodeado en los contornos de un cuadro pintado al óleo? Muchos hemos tenido esa clase de acercamientos con el arte en más de una ocasión.
De un momento a otro, nos hemos visto atrapados por la sensibilidad de una actriz en escena, quizá por la destreza de los bailarines ejecutando alguna coreografía o tal vez nos hemos deslumbrado por la belleza arquitectónica de un monumento. En cualquier caso, nos hemos sentido hechizados por sus atractivos visuales, olfativos y auditivos, es decir, por el despliegue de su estética.
Expresándonos a través de distintas vías, el mundo del arte es el terreno donde la estética se arraiga y obtiene sus principios. Sin que lleguemos a meditar mucho acerca de lo que significa, intuimos que nos permite percibir y transmitir nuestras emociones, pensamientos o propósitos, gracias a que representan las diversas manifestaciones de la comunicación humana.
Por ello, podemos afirmar incluso que el arte posee cierta afinidad con la experiencia amorosa, pues de pronto nos vemos sometidos bajo su influjo y nos extasiamos si acudimos a su encuentro. El tema, por sí mismo, se vuelve entonces sumamente incitador. Obras de arte y relaciones amorosas son el resultado de individualidades concretas que alcanzan su máxima aportación al verse realizadas, pues en el acto de su ejecución logran su dignidad y sus valores.
Sin embargo, los hechos amorosos no pueden reducirse a exigencias de orden moral, ya que buscan un espacio autónomo, libre de atavismos. El amor no se relaciona con el deber. Cuando se ve forzado a existir suele ser tan falso como el amor interesado y más allá de obedecer a la voluntad de hacer lo que se debe, el amor simboliza esa emoción satisfactoria que nace de la interacción con el otro, en un entorno de sublimación y entrega.
Los grandes artistas provocan y hacen realidad estas mudanzas que surgen a partir de los grandes estilos, de las modalidades típicas que le imprimen a sus obras, convirtiéndolas en realidades que se transforman y evolucionan en consonancia con sus más íntimos deseos.
Es por eso que poetas, actores, pintores, escultores, bailarines y músicos actúan en conjunto para conformar múltiples espectáculos. Y es que no podemos olvidarnos que el arte es un producto cultural; una forma de ser como entes colectivos. Dichas expresiones artísticas son una constante en el quehacer cotidiano, algo necesario para existir, sobrevivir y desenvolverse en la vida postmoderna.
Hoy por hoy, constituyen la parte primordial en las festividades públicas, conquistando a los espectadores en eventos culturales donde aparecen ensambladas como en las sociedades antiguas, reiterando el papel del arte como una de las experiencias amorosas por excelencia.
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